Una más. Como las plagas bíblicas: a la falta de personal y de espacio, las goteras, la valla rota, el suelo levantado por las raíces de los árboles y los retretes atascados, se nos ha unido la lluvia de gusanos.
Y no es algo metafórico, no.
Alguna especie está devorando las hojas de nuestros árboles y, literalmente, caen gusanos. Pequeños, pero muchos. Muchísimos.
Me he pasado la hora del patio tratando de convencer a los niños de que los dejaran tranquilos. Que no siguieran amontonándolos. Que desistieran de aplastarlos entre sus manos para hacer "pasta de gusanos". Que no los llevaran de paseo por todo el patio, que no se los metieran en los bolsillos, que no los entraran en clase.
"Maestla, quiero llevármelo" -me ha dicho un niño de cuatro años, mostrándome su manita abierta con uno de esos bichos marrones tranquilamente extendido sobre ella- "es que no tengo ninguna mascota".
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