viernes, 3 de septiembre de 2010

Una visita inesperada


Esta mañana hemos tenido en el colegio una visita inesperada: volvíamos de almorzar (cuando no hay niños nos permitimos almorzar fuera del colegio) cuando al entrar en la sala de profesores vi un gato. Él también me vio a mí y no debí gustarle, porque escapó dando un rodeo para no acercarse a mí en su camino hacia la puerta. Al llegar al pasillo se encontró con alguna de mis compañeras. Debía ser un gato tímido, porque tampoco quiso acercarse a ellas. Y buscando la puerta más cercana se metió en una de las aulas. Una de mis compañeras y yo fuimos tras él, para ayudarle a encontrar la forma de salir, pero ignorando nuestros consejos fue directamente hacia las ventanas del fondo de la clase. Las clases están especialmente desordenadas este verano, porque han hecho algunas obras en el colegio durante las vacaciones; por eso el gato tuvo que saltar sobre mesas y sillas amontonadas, cajas de juguetes y torres de libros, todo ello en un equilibrio precario y cubierto de polvo. Las tres ventanas tenían las persianas bajadas (persianas de esas de oficina, de láminas que pueden girarse para dejar entrar la luz) pero él, sin pensárselo dos veces, dio un salto y se enganchó en la de la izquierda. Las láminas cedieron bajo su peso y el ruido que hicieron al doblarse lo pusieron aún más nervioso. Trató de retroceder hacia la puerta, pero la cerré rápidamente evitando que volviera a escapar por el colegio. Pensé que ya que había decidido salir por la ventana sería más fácil conseguir que lo hiciera en un espacio limitado, que no saltando de clase en clase.
Viendo abortada su retirada, volvió a dirigirse hacia las ventanas. Mi compañera había conseguido llegar hasta la de la derecha y estaba subiendo la persiana para facilitarle la salida, pero está estropeada y no se sujeta, así que se quedó allí, subida en una mesa y sujetando el cordón.
A pesar de lo tentador de la ventana sin obstáculos, la presencia de mi compañera fue suficiente para convencer al gato de probar en otra ventana, y así se dirigió a la del centro. Volvió a saltar casi hasta el techo, volvió a engancharse en la persiana, y volvió a caer entre láminas dobladas y un fuerte sonido metálico.
Yo seguí subiendo las otras persianas, pero era inevitable acercarme a él para hacerlo. Y para el pobre gato, ya al borde de una crisis nerviosa, yo seguía siendo una presencia aterradora, por lo que volvió a alejarse hacia la puerta. Allí estaban la directora y un par de compañeras más, sujetando la manivela. Tal vez temían que el felino tuviera la destreza y fuerza suficientes como para abrir la puerta y salir, haciéndolas a un lado.
Una vez abiertas las tres ventanas y subidas las tres persianas, sorteando todos los obstáculos que me dificultaban el paso a mí, que no soy un gato ni me caracterizo por mi agilidad, busqué con la mirada al animalito: estaba en el centro de la clase, indeciso. La sala ya no estaba en penumbra y ahora entraba una brisa fresca por las mitades de las ventanas abiertas. Me acerqué a él para animarle a intentarlo una vez más y en esta ocasión me hizo caso: cogió carrerilla, dio un salto impresionante… y se estampó contra el cristal de la ventana. ¡Había elegido la mitad equivocada para salir! Lástima que justo ayer nos limpiaran los cristales… el pobre cayó aturdido pero, sin pensárselo mucho volvió a intentarlo, esta vez sí, por la mitad de la ventana que no tenía cristal.

Mis compañeras estaban preocupadas porque en un descuido volviera a entrar en el colegio. Yo creo que ni se le pasará por la cabeza volver a acercarse :D

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