viernes, 23 de octubre de 2009

Sandra

Eran las tres menos cinco de un precioso día de primavera. Estaba rodeada de niñas que, como yo, esperaban el momento de subir las escaleras y entrar en las aulas.
Yo no me había fijado en ella, no sé cuánto tiempo llevaba observándome, pero de repente tiró de mi manga y me dijo algo que no pude oir: eran muchas las risas y demasiadas las voces. Casi imposible escuchar la de una niña tan pequeña.
Me agaché y ella repitió:
- ¿Por qué estás tan triste?
- No estoy triste.
- Sí lo estás. -Afirmó ella. Y preguntó- ¿Puedo darte un beso?
Casi sin esperar mi respuesta lo hizo. Me rodeó con sus bracitos y dejó un beso en mi mejilla.
Ya eran las tres. Corrió hacia su fila y se perdió entre los cientos de niñas uniformadas que entraban en sus clases.

No tendría más de cinco años. Yo tenía diez más que ella. Y sí, estaba triste. Aunque no pensaba que fuera tan evidente.
Desde aquel día, cada tarde me buscó para darme un beso antes de irse a su clase.
Sólo sé que se llamaba Sandra. Y que me alegró aquel final de curso.

Me pregunto qué será de ella...