jueves, 18 de diciembre de 2003

La triste historia de Piolín y Meteorito

El año pasado, un día, a principios de curso, una mamá llena de buenas intenciones (o con muchas ganas de librarse de un regalo inoportuno) trajo a clase una pecera con dos pececitos. Era un regalo para el aula, y debían quedarse allí. Incluso nos trajo un bote con comida. Los niños estaban entusiasmados, pero supongo que imaginaréis que yo no tanto. Traté de tranquilizarme pensando que esos peces no suelen vivir mucho tiempo. Yo misma había tenido algunos en casa de pequeña, y el más longevo difícilmente había superado la semana…
Organizamos una lista de “encargados” de los peces, que lo único que hacían era ponerles la comida. Porque de cambiarles el agua y limpiar la pecera me tenía que encargar yo. El problema eran los fines de semana. Yo no me podía llevar los peces a mi casa, porque resultaba un poco complicado teniendo en cuenta que tenía que coger el tren y el autobús. Así que cada semana se los “endosaba” a una madre. Al salir de clase los viernes por la tarde se los daba a una madre, junto con el bote de comida, para que los cuidaran durante esos dos días. Tenía la esperanza de que, además, se les ocurriera fregar la pecera, pero la verdad es que no solía ocurrir :(

El caso es que con el paso del tiempo (y pasó mucho tiempo sin que ninguno de los dos mostrara las más mínimas intenciones de morirse) las madres estaban cada vez más hartas de los peces. Cada viernes por la tarde, me miraban con cara de horror, tratando de adivinar a quien se los daría esa semana (conviene decir que el año pasado sólo tenía 9 alumnos en mi aula). Y poco después empezaron los comentarios pronunciados con tono irónico “¿Qué, a quién le regalas hoy los peces?”. Empecé a sentir que las madres percibían lo de los peces como un capricho mío, cuando yo era la primera perjudicada: no podéis imaginar la poca gracia que me hacía cambiar el agua y fregar la pecera, con lo fría que estaba el agua en las mañanas de invierno :(

Por otra parte, los peces tampoco debían sentirse especialmente felices. Imagino lo que sentirían viajando en moto hasta casa de Juan…Recuerdo además un fin de semana que a Loli se le olvidó la pecera en el autobús del colegio. Su padre pasó toda la tarde del viernes tratando de averiguar donde se guardaba al autobús y dónde había un responsable que se lo pudiera abrir para salvar a los pobres “Piolín” y “Meteorito”, que así es como mis niños los habían bautizado.
Bueno, pues un viernes no fui a trabajar porque estaba mala. Y a mis compañeras se les olvidó darle los peces al niño encargado esa semana. Cuando llegué el lunes, los peces habían sobrevivido: y decidí que no volvería a dárselos a ninguna madre los viernes por la tarde. Cada viernes, cuando los niños se habían ido, limpiaba la pecera, les ponía agua limpia y un poquito más de comida de la que solíamos ponerles, para que aguantaran todo el fin de semana. Y los lunes, lo primero que hacía era limpiarlos de nuevo y darles de comer antes de que llegaran mis fierecillas. Y así pasaron bastantes semanas. Un día, la madre de Juan me preguntó si los peces se habían muerto. Dijo que como ya nadie se los llevaba para el fin de semana… le expliqué mi cambio de estrategia, y le dije que sólo se los daría a alguna madre para las vacaciones largas.

Y todo siguió bien hasta un trágico fin de semana. Me marché del colegio el viernes, tan feliz como todos los viernes a las cinco de la tarde. Y cuando ya estaba en el tren, casi llegando a mi ciudad, lo recordé: ¡¡¡el lunes era fiesta!!! No volvíamos a clase hasta el martes!!! Traté de “consolarme” pensando que sólo era un día más de lo que estaban acostumbrados… El martes, cuando llegué al colegio, la conserje, me saludó con un “tengo malas noticias”. Uys, ¿qué habrá pasado? Pensé yo. Y ella me dijo “se han muerto los peces” mientras contenía la risa… jejejejeje, estaba al tanto de mis sentimientos hacia ellos. Me comentó que se había dado cuenta por el olor. Y que me avisaba para que tuviera cuidado al entrar… Ajjjj, era horrible.
Imaginad: un aula prefabricada, herméticamente cerrada, durante tres días del mes de mayo, con dos peces muertos en su interior… Bueno, mejor no tratéis de imaginarlo. Tuve que abrir todas las ventanas y la puerta con la esperanza de que se ventilara un poco antes de que llegaran los niños. Luego, tuve que deshacerme de los cadáveres. Fregar la pecera (puajjjjj). Y, por último, lo más difícil: tratar de que los niños no se dieran cuenta de que no estaban.
No es que no quisiera enfrentar a mis niños con la realidad de que los animalitos se mueren. Lo que no quería, era hacerlo imediatamente después del puente. Las madres que tenía el año pasado eran, como poco, criticonas. Si el mismo martes los niños llegaban a casa diciendo que los peces se habían muerto, a ellas les costaría muy poco llegar a la conclusión de que la culpa había sido mía, porque el viernes no se los di a nadie. Pero, por otra parte, el viernes a nadie se le ocurrió preguntarme qué ocurriría con los peces durante el puente. Así que la culpa también era de ellas. Eso, al menos, es lo que yo pensaba para tratar de tranquilizar mi conciencia que, para mi sorpresa, me torturó durante ese día, los siguientes, y aún lo hace de vez en cuando, cuando pienso en los pobres pececitos… Así que decidí que hasta el jueves no se confirmaría oficialmente la noticia de la muerte de las mascotas de la clase. Escondí la pecera, con la esperanza de que, al no verla, no se acordarían de ellos. Y así fue. Y el jueves les dije que los pececitos se habían muerto. Se lo tomaron muy bien. El único problema fue Manuel, que se empeñó en pedirle a su madre dos nuevos peces para la clase, para reemplazar a Piolín y Meteorito. Yo insistí a mi vez en que no era necesario. Afortunadamente, la madre de Manuel no parecía tener mucha intención de comprar peces…
Eso sí, cuando unos días después llegó el primo de Juan a regalarme (para la clase) un pollo que se había encontrado, estuve más rápida de reflejos. Le aseguré que se lo agradecía mucho, pero que estaba segura de que a Juan le haría muchísima más ilusión llevárselo a su casa y cuidarlo él mismo :)

Maestla

martes, 16 de diciembre de 2003

La "crisis Rapunzel" (final)

¡¡Oh no!! ¡¡¡Otra vez estábamos en crisis!!! ¿Qué podía hacer? Bueno, terminamos el ensayo como pudimos, y mandé a los niños a casa (ya era la hora). Le pedí a Raquel que se esperara para hablar con ella. Y le expliqué que su hermano, como era "tan pequeño" y sólo tenía 4 años, tenía miedo de quedarse ciego de verdad. Pero que ella, "como era tan mayor" y ya tenía 6 años, sabía que eso no era verdad. Ella sonreía y afirmaba con la cabeza. "Fíjate, que cosas creen los pequeños. Pero nosotras, como somos mayores, no nos burlamos de ellos. ¿verdad?" Y ella seguía dándome la razón. "Y como somos mayores, y sabemos que eso no es importante, no nos molesta cambiar un poco el final del cuento. Nadie se dará cuenta, y tú y yo sabremos que lo has hecho por tu hermano ¿verdad?" "No". Lo comprendía todo, estaba todo muy claro, pero lo más claro de todo era que o el príncipe se quedaba ciego, o ella no hacía de Rapunzel. De modo que me vi obligada a recurrir a la madre. Le conté lo que pasaba, y pedí su intercesión. Esperaba que ella pudiera hacer algo al respecto. Al fin y al cabo, eran sus hijos ¿no? Pues no. Tampoco pudo hacer nada. Por la noche me dijo que lo había intentado de todas las maneras y ninguno de los dos había cedido. Si el príncipe se quedaba ciego, no había príncipe. Si el príncipe no se quedaba ciego, no había Rapunzel. Y así llegó la mañana del estreno. "¿Nada nuevo?" Pregunté a la madre de los "actores". "Nada" me dijo ella resignada. Yo tenía un plan de emergencia, pero no me gustaba nada. Consistía en convencer a los dos niños (por separado, claro) de que la obra se haría como ellos querían. Pero luego, a la hora de la verdad, yo, que era la narradora, diría lo que mejor me pareciera: ceguera o aturdimiento. El problema era que así, uno de los dos niños salía engañado, sin remedio. Y no me gusta mentir a los niños. Así que allí estaba, montando el decorado y luchando con mi conciencia, cuando se me acercó Raquel y me dijo "Vaaaaale, no pasa nada... que no se quede ciego el príncipe" ¡¡¡Increible!!! ¡¡¡Había cedido!!! Me puse contentísima, y pude hacer la obra sin pelearme con mi conciencia y sin mentir a nadie. Hubo algún fallo, por supuesto, pero quedó muy divertida, los niños muy satisfechos, y los padres muy orgullosos ¿Se puede pedir más?

Maestla

La "crisis Rapunzel" (segunda parte)

Bueno, yo lo planteé sin dar importancia a los sexos. Y me sorprendió ver que a ellos tampoco les importaba. Ignacio eligió, encantado, el papel de madre. Y a Víctor le encantó hacer de bruja. Así que ví que el problema se solucionaba fácilmente. Tuve que hacer una adaptación del cuento porque, claro, había que conseguir que se lo aprendieran y eran niños muy pequeños. Además, tenía muy claro que no iba a salir bien. Si los padres y el resto del público (en realidad, a los festivales acudía todo el mundo) se iban a reir, era mejor que nosotros controláramos cuando, ¿no os parece?. Así que introduje en el guión unos cuantos chistes, y les dije a los niños que íbamos a hacer una obra divertida, que queríamos que los padres se rieran. Así, los pequeños actores ya estaban preparados por lo que pudiera ocurrir... Ensayamos la obra una y otra vez, y todo iba de perlas. Los disfraces me quedaron muy graciosos (hasta fui capaz de hacer pelucas, a pesar de mi torpeza), los decorados los pintamos entre los niños y yo... todo iba muy bien. Demasiado bien. Porque, el día antes del estreno, estalló "LA CRISIS RAPUNZEL"
Veréis, era el penúltimo ensayo. Eloy, el príncipe, se cae de la torre y se pincha los ojos con las zarzas. Ya sé que suena un poco cruel, pero es lo que dice el cuento. Además, al final recupera la vista, así que no era tan horrible. Y de repente, en ese momento del ensayo, Eloy se me queda mirando y me dice "No quiero ser el príncipe" ¡¡¡¡Cielos!!!! ¡¡¡Menos de 24 horas antes del estreno!!! Le pregunto por qué, y no me quiere dar ninguna explicación. No hay manera. Entonces, Ignacio (la madre) interviene: "Bueno, pues si quieres, el príncipe soy yo". Y no me parece mal la idea. Estoy a punto de decir que si, pero entonces dice Javi (el padre) "pues yo quiero ser la bruja". Y dice Víctor (la bruja) "pues yo quiero ser..." Y veo que si cedo con uno, se me desmonta todo. Así que les dije que no, que nadie cambiaba de papel, y que hablaríamos más tarde. Cuando salimos al recreo llamé a Eloy para hablar a solas con él; y me preguntó, muy preocupado, si se le tenían que caer los ojos (ay, pobrecito mio, estuve a punto de reirme). Le dije que no, que lo de pincharse los ojos era mentira. Que ocurría en el cuento, pero no en la realidad, y que a él no le pasaría nada. Pero no parecía muy convencido, y me dijo que de todas formas, prefería no ser el príncipe. Entonces, le hice una pregunta. "Eloy, ¿si no te quedas ciego serás el príncipe?" Y me dijo que si. Ése era el único problema. No quería quedarse ciego. Yo suspiré aliviada porque pensé (pobre de mí) que ya estaba todo resuelto.
Llega el último ensayo, y les explico que ha habido "un pequeño cambio": El príncipe no se queda ciego. Sólo se marea por el golpe, y por eso se pierde en el bosque. Y entonces Raquel, hermana de Eloy, y Rapunzel en la obra me mira y me dice "Si el príncipe no se queda ciego, yo no soy Rapunzel".

Maestla

La "Crisis Rapunzel" (primera parte)

El primer año que trabajé, lo hice en un pueblo de sólo 150 habitantes, y la experiencia fue realmente maravillosa. Como podéis imaginar, en un pueblo tan pequeño el colegio no tenía demasiados alumnos. Había dos aulas. La de los mayores, de 9 alumnos, y la de los pequeños, la mía, con sólo 5. Tenía un niño de tres años, dos de cuatro, uno de cinco y una niña (la única de la clase) de seis.
Cuando llegó junio, el director decidió hacer una representación teatral para el festival de fin de curso. Pero claro, mi clase no era muy numerosa, y además, eran muy pequeños. Así que le sugerí que hiciéramos la obra juntos. Al fin y al cabo, juntando todo el colegio eran sólo 14 niños. Pero se negó. Me dijo que "ya tenía decidida su obra, y no necesitaba más actores". Y me sugirió que buscara otra obra para hacer con los niños de mi clase.
En fin, que me tocó ponerme a pensar. Casualmente, esa tarde les conté a mis alumnos el cuento de Rapunzel (¿lo conocéis? Ese de "Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera", y la niña, encerrada en la torre que tira la trenza para que suba la bruja... Bueno, pues ese) y les gustó bastante. Así que les pregunté si querían que hiciéramos ese cuento como obra de fin de curso, y me dijeron que sí.
Pero ahora se presentaba el primer problema. Los protagonistas de la obra eran: un padre, una madre, una niña, un príncipe, y una bruja. Y mis actores eran: cuatro niños y una niña. Un poco difícil ¿no?

Maestla

viernes, 12 de diciembre de 2003

Niños y tijeras (y II)

Mi primer año trabajando, un día llegué a clase y encontré un montón de pelitos alrededor del bote de los pinceles. Y descubrí, además, que a algunos de los pinceles les habían "cortado el pelo". Así que cuando llegaron los niños les hice sentar, y les dije que tenía que hablar seriamente con ellos. Les conté lo que había ocurrido, y que esperaba que quien lo había hecho me lo dijera. Naturalmente todos dijeron "yo no he sido, yo no lo he hecho".
Entonces les dije lo normal. Que lo que habían hecho estaba muy mal, pero que mentir era todavía peor. Y que si quien lo había hecho lo admitía entonces... Víctor (la bruja de Rapunzel) no me dejó terminar. Preguntó "maestra, ¿verdad que no le pasará nada al que lo haya hecho?"
- No, no le pasará nada.
Y Víctor miraba a los demás como animándoles a confesar su falta. Pero nadie decía nada. Y él insistía:
- Pero, maestra, ¿verdad que no lo vas a castigar?
- No, Víctor, no lo voy a castigar.
Y Víctor sigue mirando a los demás, como diciendo "venga, ánimo, que no pasa nada". Y los demás siguen en silencio. Y él pregunta una vez más:
- ¿A que no le va a pasar nada al que lo haya hecho?
Y yo niego con la cabeza de nuevo y entonces él, muy bajito y rápidamente, agachando la cabeza dice:
- He sido yo.
Jajajajajajajaj, ¿como le iba a castigar, si casi me da la risa? Además, era un encanto de niño que siempre se quería sentar "a mi ala" :) como él decía...

Maestla

Niños y tijeras (I)

Creo que ya os he contado que la comisión de Navidad del colegio ha encargado una parte de la decoración del centro a cada aula. Y que en mi clase había que pintar y recortar unos cinco adornitos por niño. Naturalmente no esperaba que mis niños fueran capaces de recortar los más complicados, pero había otros más sencillos que quizás Melisa, Adrián o Elena, por ejemplo, que son algunos de los niños más avanzados, podrían recortar. Y decidí probar.
Una de las cosas que menos me gusta usar en clase son las tijeras. A pesar de que son tijeras sin punta, creo que 24 niños de tres años con unas tijeras en la mano tienen mucho peligro. Pero claro, tengo que hacerlo, porque poco a poco tienen que ir adquiriendo destreza en sus manitas.
La primera vez que las saqué fue hace unas semanas. Aproveché un día que habían faltado muchos niños. Teniendo menos, sería más fácil controlarlos y evitar "accidentes". Antes de comenzar le di un poco de misterio al tema, les expliqué que íbamos a hacer una cosa "de mayores", que la íbamos a hacer porque sabía que se iban a portar muy bien y que iban a seguir mis instrucciones... y entonces, cuando estaban llenos de curiosidad, les dije que íbamos a recortar con las tijeras. Gritaron y aplaudieron, porque siempre les hace mucha ilusión. Y entonces les dije que había dos "reglas" que tenían que aprender: "Las tijeras son para el papel" era la primera. Y "Los papeles van a la papelera" era la segunda. Porque aquel día, que para muchos era el primero en que usaban unas tijeras, simplemente les di periódicos para que recortaran libremente.
Les hice memorizar las normas, y hablamos de lo que ocurriría si no las cumplían... Bueno, todo fue muy bien, y no hubo ningún problema.
Así que esta semana las saqué un poco más confiada. Les recordé las normas, y nos pusimos a ello. Y todo iba bastante bien. Como expliqué ayer, no me fiaba de que recortaran los adornitos, así que les di periódicos de nuevo, pero esta vez con un triángulo dibujado. Pensé que si salía mal, simplemente los tiraríamos. Y, si salía bien, podríamos pintarlos y hacer estrellas juntándolos de dos en dos. Y ya os dije que el trozo de papel más grande que quedó, era menor que la uña de mi pulgar... Pero bueno, todo parecía transcurrir con normalidad. No podía creer que estuviera teniendo tanta suerte... y antes de seguir tentando a mi destino, decidí que era la hora de guardar las tijeras.
¡¡Ay!! ¿Por qué se me ocurrió ir al otro extremo de la clase para coger las tijeras de Nahida? Justo desde la pizarra levanté la vista a tiempo para ver como Paco "Fuerte" dejaba sus tijeras rápidamente sobre mi mesa mientras me lanzaba una mirada culpable. Bueno, no sé, supongo que es mi trabajo. Pero con el tiempo voy descubriendo más fácilmente en los niños esas miradas de "¡¡Ups...que no me haya visto!!" Pues Paco tenía esa cara. Y la sonrisa con que Lina lo miraba tampoco presagiaba nada bueno...
Me acerqué rápidamente, mientras él metía barriga, la tapaba con sus manos, y negaba con la cabeza antes de escuchar la pregunta que sabía que yo le iba a hacer: "Paco ¿qué has hecho?"
- Nada...
- ¿Nada? A ver...
- No, nada... -y daba pasitos hacia atrás mientras yo estiraba mi mano para coger su suéter y levantarlo. Y entonces lo vi. El pantalón (nuevo, recién estrenado de esa mañana) llevaba una goma negra en la cintura que se podía tensar mediante unos botones. Eso era por la mañana. Ahora la goma estaba cortada en dos, y comenzaba a escurrirse hacia las profundidades de los agujeros de donde salía. Conseguí pillarla a tiempo y hacer un nudo para que no se escondiera del todo y justo entonces vi el suelo: Allí estaba otro de los botones con los que se tensaba la goma, así como dos o tres pedacitos de goma más.
No sé cómo pudo ser tan rápido cortando, porque en realidad sólo lo perdí de vista un instante, pero bueno, al menos me alegré de que fueran sus propios pantalones los que cortara, porque normalmente estos críos tienden a cortar las cosas de los demás (especialmente, la ropa y el pelo...)

Maestla

Preparativos navideños

Este año, como regalo de navidad, mis niños "están haciendo" (entre comillas, porque mis compañeras y yo hacemos más que ellos) unos portaretratos. Están hechos con una bandeja de corcho blanco y forrados con papel de seda de colores hecho trocitos. Quedarán (eso espero) muy bonitos.
Hemos pedido a los padres unas fotos de los niños para incluirlas, aunque no les hemos dicho para qué. Y esta mañana he vuelto a llevarme la cámara digital al cole, porque si hay padres que todavía no me han traído las fotos de carnet que solicitamos a principio de curso, podéis imaginar cuando me llegarán algunas de las de navidad. Y claro, tampoco es plan hacer que unos niños se lleven el regalo con fotos y otros no...
Además de eso, estamos preparando la decoración navideña del colegio. Resulta que "La comisión de festejos de navidad" ha aprovechado la semana que yo he estado mala para dar (a traición) las instrucciones sobre la decoración del centro. Cada niño tiene que pintar y recortar una campana, la cara de uno de los Reyes Magos, y tres o cuatro adornitos para el árbol. Pero bueno, mis niños con tijeras tienen mucho peligro... aún así, ayer se las di. Decidí hacer una prueba. Le di a cada uno media hoja de periódico con un triángulo gigantesco dibujado en ella y les pedí que lo recortaran. Era para ver si alguno podía llegar a recortar al menos la campana...
Os puedo decir que el trozo más grande era menor que la uña de mi pulgar... así que, es fácil pensar lo que harían con los adornos, ¿verdad? Total que me toca recortar... mmm... rey, campana, y tres adornos, multiplicado por 24 niños... ¿os hacéis una idea?
Ah, bueno, y eso es la decoración del colegio. Luego queda la decoración de mi aula!!!!!!!!!!!!! Total, que he dicho en casa que este viernes traeré del cole tijeras para todos, y tendrán que ponerse a recortar... mientras yo barnizo portarretratos, jajajajajajaaj.

Maestla

domingo, 30 de noviembre de 2003

La vida familiar de Papá Noel

Hoy os puedo contar que en el cole empieza a oler a Navidad :) Me encanta!!! El otro día, me dijo Elena muy seria: "Maestla, Papá Noel me va a traer un montón de regalos". "¿Sí?" le dije yo- "¡Qué bien!", pero ella añadió, con gesto compasivo "Pero, ¿sabes, maestla? Papá Noel está soltero..." jajajajajaj, por poco me muero de risa :) Yo le dije que no, que estaba casado, y ella muy sorprendida, lo negó. Yo le insistí en que sí, y ella me preguntó "¿de verdad?". "Si, de verdad" dije yo. "¿Y, con quien?" me preguntó muy intrigada. Yo le expliqué que estaba casado con una mujer, vestida de rojo, como él, y que le ayuda a preparar los regalos para los niños. Y le dije que, si quería, le enseñaría una foto. Ella me dijo que sí, así que ahora tengo que ponerme a buscar una foto de familia de Papá Noel, jajajajajajaja.

Maestla

La mortadela cuadrada

El otro día tuve que "poner a pensar" a Paco "Fuerte". Normalmente le cuesta mucho almorzar, y nunca quiere terminar su bocadillo. Su madre suele ponérselo demasiado grande, y él protesta. Pero, la mayor parte de las veces, al menos come la mezcla del bocadillo, aunque se deje parte del pan.
El otro día ocurrió lo mismo, como de costumbre. La diferencia era que ni siquiera quería comerse la mezcla. Ya estaban todos los niños en el patio y sólo quedaba él, así que le permití salir con la condición de que terminara de comer la mezcla sentado en el bordillo antes de ir a jugar. Y me prometió que lo haría así.
Fui al lavabo y cuando volví Paco ya estaba jugando, por lo que supuse que había terminado su almuerzo. Después de un rato, cuando iba hacia clase a coger pañuelos de papel para limpiar algunas narices, encontré la mortadela de Paco, en el suelo, tapada con unas cuantas piedrecitas. Decidí concederle el beneficio de la duda. Su hermano también viene al cole, y está en la clase de 5 años, por lo que juega en el mismo patio. La mortadela (cuadrada, y muy particular) podía ser de él.
Me acerqué a Paco y le pregunté "¿terminaste tu almuerzo?" Y él me dijo que sí. "Ven un momento" le pedí. Y, de la mano, le conduje hasta la mortadela semienterrada. La señalé y no dije nada. Él miró, y se quedó con la cabeza agachada.
"¿Qué es esto?" Le pregunté. Él, siguió con la cabeza agachada. "¿Es tu mortadela? ¿La has tirado tú?". Nada. Siguió con la cabeza agachada, sin querer mirarme ni responderme. Así que le dije que tenía que sentarse a pensar (en el sol, eso sí, que hacía mucho frío) y que cuando pensara qué responder, me avisara.
La hora del patio terminó, y Paco no me dijo nada respecto a la mortadela... Además de "fuerte" es un poco cabezota :)

Maestla

miércoles, 29 de octubre de 2003

El rotulador azul

Ayer uno de mis niños me dio mucha pena. Veréis: se llama Francisco Javier, y es un encanto de niño. Es muy gracioso, pero esta semana ha estado muy agresivo. Tiene sus motivos, porque el lunes ingresaron a su padre en el hospital, para operarlo (de la rodilla, creo) y él ha tenido que quedarse en la casa de sus abuelos. Por más que le guste estar con ellos, siempre es un trastorno para un niño el trasladarse, y les afecta estar unos días sin ver a sus padres. El caso es que desde el lunes ha estado especialmente "pegón" y tuve que poner paz entre él y otros niños y niñas más de una vez. El miércoles, una madre me "sugirió" que cambiara a su niña de sitio (se sienta junto a él) porque se queja de que la pega.
En fin, que el viernes, nada más entrar, volvió a pegarla, y claro, me vi obligada a cambiarle de sitio. Porque, por más que le comprenda, no puedo permitir que ande pegando a todo el mundo. En su nuevo puesto, se sentaba al lado de Elena. Bueno, pues quince minutos después, se levanta Elena llorando, y diciéndo que le han hecho daño en el ojo. Tenía el ojo completamente azul, porque alguien se lo había pintado con el rotulador y, ¿adivinais quien tenía el rotulador azul en la mano? Pues sí, Francisco Javier.
Le dije que se fuera a la mesa redonda (una que suele estar vacía) mientras cogía a Elena para mirar su ojo.
Él intentó empezar a explicarse, pero claro, entre los lloros de la niña, mi preocupación por ver si el ojo tenía algo más que la mancha, y, tengo que reconocerlo, mi enfado por haber pegado a dos niñas en un cuarto de hora, no le dejé hablar, y le repetí, un poco más seria, que se fuera a la mesa redonda. Entonces él, pobrecito, empezó a llorar, todavía más desconsolado que Elena.
Y me dio pena. Así que le miré, y tratando de suavizar el tono lo más posible, le dije que no llorara, y que luego me explicaría lo que había ocurrido.
Limpié como pude el ojo de la niña, vi que no tenía nada serio, y le dije que fuera a seguir con su ficha. Y entonces me acerqué a Francisco Javier, que seguía llorando, sin sentarse, pero junto a la mesa redonda. Le cogí de las manos y traté de tranquilizarle. Le dije que primero tenía que ver si Elena se había hecho daño, pero que ahora ya podía escucharle a él, y que quería que me contara lo que había pasado.
Entonces él me explicó que sólo había querido quitar la tapa del rotulador para pintar, pero que como estaba tan fuerte, había tenido que hacer mucha fuerza, y del impulso, se le había ido hasta el ojo de su compañera... ohhh... pobrecito.... me dio una pena... Le dije que no pasaba nada, que si era así (y me fío de su versión) había sido sin querer, y que entonces yo no estaba enfadada. Y que podía volver a su sitio.
Lo hizo, y se tranquilizó, pero yo no pude evitar sentirme culpable :(

Maestla

La hora de comer

Hoy el día no ha estado mal, porque ha salido el sol. No ha brillado mucho, es cierto, pero al menos ha dado para salir al patio con los niños. Ha sido una suerte, porque hoy no estaban tan tranquilos como la semana pasada. Por lo menos, no todos. Mayra sí. Mayra estaba tan tranquila y relajada, que se ha quedado dormida sobre la mesa. Pobrecita :) Francisco Javier, por su parte, sí estaba alterado. Pero el pobre tenía motivos, porque hoy ingresaban a su papá en el hospital para operarlo mañana. Lo que no sé, es de qué le operan. Y, además, he tenido un montón de "recaditos" de las madres. La de Sergio me ha pedido que lo observe, porque parece que "hace algo raro con los ojos, y no sabe si será un tic". La de Elena, que vea si va al baño, porque hace tres días que no hace caca. La de Luis, que convenza a su hijo de que pida perdón a Adrián, porque le ha pegado una patada antes de entrar al colegio, la de María, que le dé la muda de verano cuando salgamos de clase porque ya me ha traído la de invierno... Y todo eso me lo dicen a la entrada, mientras yo trato de organizar una fila con los niños para ir a clase, de coger en brazos a los que lloran y no quieren entrar, y de luchar contra mi despiste crónico, jejejejjeje.

Y luego está la hora de comer. No sé si os he hablado alguna vez del bar en el que comemos. En el colegio no hay comedor, así que nos tenemos que ir a un bar del pueblo. Es muy elegante, y la presentación de los platos muy buena, pero a mí no me termina de convencer. Yo tengo la desventaja de que mi madre cocina muy bien, así que soy muy exigente. Pero, de todas formas... Para empezar son muy lentos sirviendo. Hay días que tenemos que tomar el café de un trago, porque no nos da tiempo de más. Y hoy hemos pedido una botella más de agua antes de que trajeran el postre, y nos la han dado cuando nos íbamos.
También son un poco despistados; a veces se olvidan de sacarnos el postre a alguno de nosotros. Y no es sólo eso el despiste. Hoy una compañera mía ha pedido tarta, y le han sacado flan. Y un rato después, ha llegado la cocinera preguntando que quien había comido tarta. Mi compañera ha dicho que ella, y la cocinera ha dicho (por si no se había dado cuenta) "es que no era tarta, era flan. Mi marido no los distingue".
El menú consta de tres primeros platos y tres segundos, además de la bebida (agua o vino) el pan, el postre y el café. El precio no está mal del todo, pero aún así mis compañeros piden sólo un plato. De esta manera (y teniendo en cuenta que comemos todos los días allí) nos hacen un pequeño descuento. A mí no me hace mucha gracia eso de comer sólo un plato (no son demasiado abundantes), y pediría dos a pesar de que sale más caro, pero volvemos a la primera pega: son muy lentos. Si comiera los dos platos (y eso que tenemos hora y media para comer) tendría que pedir libre la primera hora de la tarde. Y no creo que el director del colegio esté por la labor...
Pero ya el colmo, es pedir el menú. Porque cuando pone "nata con nueces" que me encanta, y lo pido, me dicen "es que no son nueces, son higos". Y cuando pido natillas, resulta que es cuajada. Pero bueno, entonces, ¿por qué no escriben lo que realmente tienen? No debe ser tan difícil. Y si se lo parece, tienen un montón de maestros comiendo allí todos los días. Que nos lo pregunten.
Además de eso, hay que ir descartando platos. Porque el pescado lo dejan crudo, por ejemplo. El lomo es tan escaso que cuesta trabajo encontrarlo bajo la guarnición. Los calamares no están limpios por dentro. Y la mouse de chocolate... ¡¡¡¡dura!!!! Sí, habéis leído bien. La mouse es dura. No está esponjosa, no, está tan espesa, tan densa, que dan ganas de pedir tenedor y cuchillo para comerla. Lo mismo ocurría con las natillas, hasta que un día que el camarero me oyó comentarlo... Al día siguiente, estaban tan líquidas que lo que necesitabas era una pajita para sorberlas!!!!
Hoy, por ejemplo, el pan que nos han puesto era de hacía tres días. Lo sé porque el lunes el pan estaba buenísimo. El martes estaba un poco duro. No se sabía si es que era del día anterior, o si es que se había secado por el aire que hacía. Y hoy, habían tostado las sobras. Bueno, pues mis compañeros sólo dijeron "ay, que bueno, han tostado el pan..." Jo, si era evidente que era el mismo pan del lunes...
Pero ahora viene lo más sorprendente de todo: A mis compañeros ¡¡¡¡¡les encanta el sitio!!!!! Dicen que la comida es buenísima, que se quedan tan llenos que van a explotar, y el otro día, hasta proponían hacerle la ola a la cocinera. ¿Será verdad que soy demasiado exigente?

lunes, 27 de octubre de 2003

Los humanos


Hoy el día no ha ido mal del todo :) También he tenido mi ración de sonrisas con los niños. Estando en el patio, Melisa y María me han llamado a gritos y muertas de risa. Cuando me he acercado para ver qué querían, me han dicho "es que nos atacan los humanos". Yo me he quedado muy sorprendida, y les he mirado con cara de no comprender muy bien lo que estaban diciendo. Y ellas me han explicado "Es que estamos jugando a humanos y vaqueros" jajajajajajaja, ¡¡¡humanos y vaqueros!!! No indios, sino humanos. Claro que sé que los indios son humanos, pero entonces, ¿qué eran los vaqueros? jejejej.
Después de eso, he visto a Jorge tratando de bajar la escalera del tobogán, empujando a los que estaban allí subidos para deslizarse por la rampa. Ha llegado al suelo, y le he dicho que no debía hacer eso, porque podía caerse él o tirar a los demás, y que si no quería deslizarse por el tobogán, entonces que no subiera. Y, a continuación, apenas le he dejado, se me ha acercado Elena, "su novia", muy seria, y me ha dicho "Maestla, ¿qué hablabas con Jorge?" Creo que está empezando a ponerse celosa.

Maestla

jueves, 23 de octubre de 2003

Romance

Ayer, mientras estábamos en el patio, Jorge me pidió permiso para ir al baño. Jorge es "el novio" de Elena, ¿lo recordais?. Bueno, pues un rato después vino Elena a buscarme diciendo "Maestla, maestla, que Jorge te llama". Y entré para ver qué quería.
Estaba en la puerta del baño, con los pantalones y los calzoncillos bajados. Resulta que al intentar subirse los calzoncillos se le habían enrollado y no podía y quería que yo le ayudara. Preo cuando Elena se dio cuenta de que yo iba a ver a "su novio" desnudo, corrió hacia él y con sus manitas le tapó "sus partes".
Me hizo mucha gracia.

Maestla

lunes, 20 de octubre de 2003

¡Cuánto saben los jefes!

Me parece a mí que los jefes que saben menos que sus subordinados abundan. Y si aún se dejan enseñar, se puede dar gracias.
Mi primer día de trabajo en el pueblecito en el que estuve hace dos años, pude experimentar algo así. Llegué al colegio y allí me encontré con el nuevo director. Los dos éramos nuevos allí, y el único personal del colegio (era un colegio con sólo 14 alumnos). Nos presentamos (él me dijo su nombre y aclaró que era el director, por si se me ocurría pensar que ese cargo me correspondía a mí) y entramos a mi aula, que hacía las funciones de despacho.
Allí había un ordenador y yo comenté que me alegraba de tener un ordenador en el aula. Dije que no era experta en informática, pero que podría sacarle provecho. Él me aseguró que entendía mucho de ordenadores.
Un rato después teníamos que hacer un documento, y decidió encender el ordenador. Vio que los cables estaban desenchufados de la pared, y los enchufó. Entonces, el monitor -que por lo visto se había quedado encendido la última vez que se usó- se puso en marcha. Pero como el ordenador estaba apagado, nada más ocurrió.
El "experto" se quedó sentado, con los brazos cruzados, esperando y mirando fijamente la pantalla.
- Bueno, enciende el ordenador, ¿no? - le dije yo.
Y él me respondió, señalando el monitor iluminado "Ya está".
Yo le dije que no, que estaba encendido el monitor pero no el ordenador, y él me miró con cara de pensar "esta no sabe ni como se enciende un ordenador".
Me acerqué, le di al botón, y comenzó a iniciarse. Lo primero que apareció fue un mensaje del antivirus. Decía que hacía más de un mes que no se había revisado el disco duro, y que era conveniendo hacerlo. Mi compañero, que ya no estaba tan seguro de entender más que yo, me miró dubitativo.
- ¿Qué hacemos?
Le dije que no estaría de más hacer una revisión porque, ya que era la primera vez que usábamos ese ordenador, convenía saber si habría algún problema.
- ¿Cómo?
- Dale a "aceptar".
- Ah...
Después de un largo rato de revisión, el ordenador nos informó de que no había virus y nos aconsejó actualizar el antivirus.
- ¿Y esto? - Me preguntó de nuevo.
Le expliqué lo que significaba, y que no podíamos hacer nada, porque suponía que la actualización se hacía a través de internet, y allí no teníamos conexión.
- ¿Entonces?
- Dale a "cancelar"
- Ah...
Le dio a cancelar, y el ordenador ya quedó listo para ser usado. Pero entonces, el director me miró, entre asustado, agobiado y resignado, y me dijo
- Pufff... si cada vez que lo encendamos va a tardar tanto...
Yo procuré no reirme delante de él, y omití recordarle que era un "experto en informática". Ays... si es que no se puede ser tan buena, jejejejejejeje.

Maestla

martes, 14 de octubre de 2003

Sergio y el doctor.

El miércoles fue un día bastante accidentado, porque uno de mis niños decidió tirarse por el tobogán de cabeza, y aterrizar sobre su ceja izquierda.

Vereis, Sergio es un niño bastante tímido, que no se despega de mi falda ni con agua caliente. Allá donde yo vaya, va él. Ni siquiera quiere ponerse en la fila a la hora de salir si no es de mi mano. Y cuando les toca informática, o psicomotricidad con el maestro de apoyo, llora porque se quiere quedar conmigo. Bueno, pues el miércoles decidió "independizarse". Se fue al tobogán, subió, y se lanzó de cabeza olvidando poner las manos delante para frenar la caida. Yo lo vi en el momento en que aterrizaba, y me temí lo peor :( Cuando llegué estaba sangrando y, por encima de la brecha que se había hecho, le estaba empezando a salir un chichón que, además, ya se veía morado. Mientras yo lo lavaba un poco, el maestro de apoyo se fue a por el botiquín, y después, a llamar a los padres por teléfono. Pero no estaban, porque se habían ido a trabajar. Así que dijeron que llamáramos a la tía del niños. Pero tampoco estaba. De modo que fuimos a hablar con el director para decir que nos llevábamos al niño al consultorio médico. El director del colegio dijo que no era necesario, que no parecía nada grave, pero a nosotros nos asustaba que el golpe en la cabeza pudiera tener consecuencias, de modo que nos fuimos (después de organizar con quien se quedarían el resto de los niños).
Nada más entrar en el consultorio, vimos a dos señoras mayores sentadas en la sala de espera, que nos dijeron "si vienen para una cura, no empiezan hasta las doce y media" (eran las doce menos cinco) mientras nos miraban con cara de estar pensando "ni se os ocurra pasar antes que nosotras"; pero no las hicimos ni caso, y nos acercamos al mostrador de la enfermera. Su primera pregunta fue si habíamos traído la cartilla de la seguridad social del niño. Le explicamos que no, que no éramos sus padres, sino sus maestros, y que el niño se había caído en el colegio. Ella insistió en que necesitaba la cartilla, y nosotros en que no la llevábamos. Nos preguntó (a todo esto, Sergio seguía sangrando) si al menos estaba empadronado en el pueblo. "No lo sé, ya le he dicho que no soy su madre. Pero si está matriculado en el colegio público de este pueblo, supongo que estará empadronado aquí".
Bueno -nos dijo ella no muy convencida- pasad a esta sala.
Y cuando ya estábamos dentro añadió "no, mejor a esta otra". Y en ese momento apareció el médico (bueno, ahora tengo mis dudas de que lo sea, pero en ese momento lo di por supuesto) un señor inmenso, más alto que el tobogán, y muy gordo. Si a mí (que decir que soy "corpulenta" es una forma fina de describirme) me pareció impresionante, ¿os podéis imaginar lo que le parecería al pobre Sergio, tan pequeño, delgaducho y "escuchimizao" como es?
En fin, el médico nos pidió que lo tumbáramos en la camilla, y chapurreando español (no sé de donde es) nos preguntó lo que había ocurrido. Se acercó para mirarle la herida, pero no demasiado, supongo que para no mancharse. Se fue de la salita, y volvió al momento con un algodón empapado en betadine, con el que le dio tres o cuatro "toques", como pinceladas. Luego, se alejó unos pasos para observar el resultado de su obra.
Nos dijo que no consideraba necesario darle puntos, después de lo cual quedó unos instantes en silencio. Y, tras meditarlo, se fue. Volvió un momento después, con una de esas tiritas de puntos adhesivos en la mano. Esas que son estrechas y largas. Y se la colocó sobre la herida. Pero entonces descubrió que era demasiado larga, y la cortó, acercando las tijeras peligrosamente al ojo del niño, que trataba de apartar la cabeza, aterrorizado. Volvió a observar su obra desde una prudente distancia, y se acercó de nuevo para colocar otro punto adhesivo, y seguidamente cortarlo de nuevo (seguía siendo demasiado largo). Entonces, salió de nuevo de la salita, y mientras pudimos oir a la enfermera discutiendo con las dos señoras de la sala de espera. Les decía que se fueran, que ese día no iban a pasar visita, y que volvieran el viernes.
Cuando volvió el doctor, llevaba en la mano una nueva tirita, esta vez cuadrada, y se dispuso a colocarla sobre el chichón. Antes de que lo hiciera, mi compañero le interrumpió:- ¿No debería poner algo en el chichón, trombocid, por ejemplo?
- Bueno, -respondió el médico- ¿vosotros tenéis?
Le dijimos que sí, pero que en el colegio, y él añadió
- Y si no, que la compre la madre en la farmacia. - Y puso la tirita.Volvió a contemplar su obra, pero no debió convencerle, seguramente no tenía el equilibrio necesario, porque cogió de nuevo la tirita estrecha, la de los puntos, y le pegó un trozo atravesado, para "sujetar" las que ya había puesto.
Miró el resultado, sonrió satisfecho, y nos dijo que ya nos podíamos ir. Y justo cuando levantábamos a Sergio de la camilla, nos detuvo:
- No, no, esperad un momento, tumbadlo de nuevo.
Y así lo hicimos. Nos dijo que le iba a limpiar la sangre, porque si no su madre se podía asustar cuando lo viera (claro que, entre tanto vendaje, era difícil ver al niño) y salió de nuevo de la sala.Volvió con un algodón con el que frotó enérgicamente la parte de la herida que sobresalía entre las tiritas. Y, por el olor, el otro maestro y yo descubrimos, horrorizados, que era ¡¡¡alcohol!!! El pobre Sergio hasta el momento no había llorado. Pero entonces empezó a temblarle la barbilla, y dos lagrimones le cayeron por la cara. ¡¡Pobrecito!!Entonces sí que nos dijo que habíamos terminado. Que podíamos irnos, y decirles a los padres que lo llevaran al consultorio al día siguiente, jueves. "¿A qué hora?"
- No, mejor el viernes -rectificó el doctor.
- Pero, ¿a qué hora?
- No, mejor el jueves
- Si, vale, pero, ¿a qué hora?
- No lo sé. Un momento.
Después de consultar con la enfermera, que había traído un papel a su mesa, volvió, y nos dijo que "a cualquier hora, porque, como mañana es fiesta..."Le preguntamos si nos tenía que entregar el papel ese, y dijo que si. Se sentó, y comenzó a escribir: "niño de... ¿cuantos años? ¿tres?... venido con maestros por herida en... ¿izquierda o derecha?... ah, vale, en el parpado superior izquierdo..." Nosotros nos mirábamos pensando "no es el párpado, es la ceja" pero lo dejamos estar. Y entonces yo le pregunté si tenía que decir a los padres que observaran al niño, por si se mareaba, por si tenía más sueño del normal... en fin no soy médico, ni siquiera madre, pero el curso pasado también se golpeó la cabeza una de mis niñas, y fue lo primero que me dijeron. Pues este respondió "no, no hace falta..."
Antes de salir tuvimos que soportar uns discusión entre el médico y la enfermera, acerca de si debían darnos el original o la copia de su escrito, y, mientras salíamos, todavía tuvimos que escuchar a las dos mujeres de la sala de espera (que no se habían ido) diciendo muy irritadas "está visto que aquí, entras con sangre y te atienden en seguida"... En fin, sin comentarios...

Por suerte el niño está bien, y hoy ha vuelto a clase. Eso sí, durante el fin de semana, ¡¡¡le han dado puntos!!!!

Maestla

jueves, 2 de octubre de 2003

Cuando comienza octubre...

... llega mi cumpleaños. Y parece que mi cumpleaños siempre se "celebra" con la ampliación del horario escolar :( Y comprendo que a las que sois madres os venga muy bien que los niños vayan al cole también por la tarde, pero a mí no me hace tanta ilusión :( En fin...De todas formas, supongo que debería mirar el día de ayer con cierta satisfacción. Os cuento: en mi clase tengo una niña (Isa) que no habla nada. Bueno, no habla nada conmigo. Ni con el maestro de apoyo. Ni con los demás niños, que dicen que no sabe hablar. Pero sí habla en casa con sus padres. Es más, a sus padres les dice, llena de orgullo, que a mí no me ha dicho nada. Supongo que es muy tímida. El caso es que ayer, primer día de clase por la tarde, "abrió la boca" dos veces (!!!!!!!!) La primera, fue para morder a Elena. Y la segunda, para vomitar toda la comida :( Puajjjjj... eso sí, después de vomitar, no dijo nada, se quedó calladita, sucia y maloliente, hasta que yo me di cuenta. Por poco me da algo, porque, mientras la cambiaba de ropa y la lavaba un poco, los demás intentaban acercarse a jugar con lo que había quedado por el suelo!!

Maestla

lunes, 1 de septiembre de 2003

Me presento



Tengo la suerte de trabajar en lo que me gusta. Bueno, para ser sincera, preferiría no trabajar. Pero, ya que tengo que ganarme la vida, mejor hacerlo con una profesión que elegí y además me encanta.
Soy maestra de educación infantil y estoy convencida de que es el trabajo más gratificante que podría realizar. ¿Con que otra profesión recibes cariño cada día? ¿Existe algún otro profesional que encuentre tantos motivos para sonreir mientras trabaja?
Yo llego a casa agotada cada noche, pero siempre llevo conmigo algo más de lo que tenía cuando me levanté: un dibujo, un beso pegajoso, una flor, un pequeño secreto compartido, una mirada emocionada ante un nuevo descubrimiento, una respuestadivertida, un comentario inocente... Y me encanta compartir todas estas cosas con mi familia y amigos.
En los últimos años, he escrito algunos mensajes a mis amigas relatando varias de estas experiencias. Y hoy he pensado que podría ponerlos todos juntos y añadir, poco a poco, lo que me vaya ocurriendo este curso.
Si alguien los lee y me deja un comentario, me encantará leerlo. Pero, si no es así, al menos podré recordarlos yo cuando vaya pasando el tiempo.

Maestla