martes, 5 de noviembre de 2013

Meteorología

Cuando llega esta época del año, en pleno cambio de estación, son frecuentes las conversaciones sobre el tiempo en la sala de profesores. Entre mis compañeras son mayoría las que prefieren el frío, pero yo siempre digo que a mí el tiempo me da igual.



Veamos:

Un día de frío en vacaciones: Miras la temperatura que marca el termómetro de tu balcón y te alegras de no tener que salir de casa en todo el día. Te pones tu pijama favorito o tu chándal más calentito, preparas un chocolate caliente, te acomodas en el sofá con una manta y un buen libro y dejas pasar las horas... 

Un día de frío en el trabajo: Nada más llegar a clase te encuentras con un grupo de esquimales en miniatura. Bufandas bien enrolladas y atadas a la espalda, para que no se las puedan quitar... eres tú quien tiene que desatarlas una por una. Mientras ellos intentan quitarse los guantes. Si no lo consiguen se amontonan a tu alrededor pidiendo ayuda. Si lo consiguen, los dejan en el suelo. Nunca se les ocurre guardarlos en los bolsillos de su abrigo o meterlos en su saquito. Da igual que se lo hayas sugerido el día anterior. Y el anterior. Y el anterior...

La mayoría luchan con los botones o cremalleras de sus abrigos pero muchos se rinden y, de nuevo, necesitan tu ayuda. Por si eso fuera poco, prácticamente ninguna de las chaquetas lleva cinta para colgarla en la percha. De manera que, cuando el revuelo de acaba y los niños se sientan, los alrededores del perchero parecen un mercadillo tras el paso de un huracán. 
Les haces recoger la ropa, tratas de identificas los guantes, intentas colgarlo todo en unas perchas que no pueden abarcar tanto abrigo... Y antes de que te des cuenta, llega la hora del patio. 
Por supuesto, los niños tienen que salir al patio abrigados: otra vez a poner chaquetas, largas discusiones para convencerlos de que no es necesario llevar la bufanda al patio, botones que se resisten, cremalleras que se atascan... Los pocos niños que habían guardado sus guantes en el saquito los han dejado en el suelo al sacar el bocadillo. De nuevo tienes en clase los restos de un mercadillo. 
Repite todo el proceso al volver del patio, al salir del cole por la mañana, al volver por la tarde, al irse a casa a las cinco... ¿Apetece?

Un día de calor en vacaciones: Es difícil decidir. Puedes irte a la playa o a la piscina, o simplemente sentarte cómodamente ante el ventilador (o bajo el aire acondicionado), hacer la siesta, tomar un helado o una horchata... 


Un día de calor en el trabajo: Los niños aún no han llegado y ya estás sudando. Se te presenta un dilema de opciones menos atractivas que las anteriores: ¿abres las ventanas, para que entre el aire, o cierras las persianas para que no entre el sol? Los niños se quejan de que tienen calor, como si tú pudieras darles una solución. La mayor parte de las veces sólo puedes responder "yo también".

Cuando uno de tus alumnos vuelve de "hacer pipí", descubres que ha aprovechado para "refrescarse". Va tan mojado que no te queda más remedio que desnudarlo, agradecer ese sol de justicia que entra por la ventana y secará la ropa y hacerle prometer que no lo hará más. Lo malo es que los demás han tomado nota de la idea y cada vez que alguien te dice "seño, pipi" te asalta la gran duda: ¿será verdad? Si dejas que vayan a hacer pipi, vuelven empapados. Si no se lo permites, pueden acabar empapados, pero de otra manera... difícil decisión. 
Cuando llega la hora de ir a casa están colorados, sudorosos, despeinados y sucios. Han sido varias horas metidos en un horno a fuego lento y eso se nota. Y nunca falta una mamá o una abuelita "simpática" que te dice "¡cómo me sacas a la nena! Ya podías haberla lavado y peinado un poquito..." y tú no puedes responder porque estás tan sedienta que la lengua se te ha pegado al paladar.

Un día de lluvia en vacaciones: Te acercas a la ventana y contemplas la lluvia golpeando los cristales. En el suelo aparecen los primeros charcos en los que se reflejan las farolas encendidas y notas el olor a tierra mojada que tanto se agradece de vez en cuando. Te metes en la cama mientras escuchas el sonido de las gotas que te relajan y te alegras de estar de vacaciones y no tener que ir a trabajar al día siguiente.


Un día de lluvia en el trabajo: La cosa empieza mal: puesto que llueve, los niños no pueden entrar solos hasta clase. Los padres y madres, pertrechados con grandes paraguas, los acompañan hasta la puerta de clase. El pasillo se convierte en un lugar superpoblado, ruidoso, mojado y resbaladizo. 

Algunos niños entran en clase llorando porque quieren sus paraguas (que los padres sensatamente se han llevado) y otros se pelean con unos impermeables y unas botas a los que no están acostumbrados. 
Llega la hora del patio, pero no podemos salir porque sigue lloviendo. Los niños están excitados pero dentro de clase es difícil desfogarse: no pueden correr ni gritar como lo harían en el patio. Mejor dicho, no deben correr ni gritar como lo harían en el patio. Pero lo hacen. Y eso hace que el tiempo de recreo se haga mucho más largo de lo normal. 
A la hora de salir sigue lloviendo, de modo que los padres vuelven a entrar hasta las clases. Y en el pasillo se cruzan las filas de los niños que se quedan a comer, con sus cuidadoras, con montones de familiares que de nuevo llevan paraguas que chorrean en el suelo. Los padres de los niños que han venido sin botas se las traen ahora, y se paran en el pasillo a ponérselas, haciendo aún mayores los atascos. Y tú no puedes evitar pensar que, si el tiempo no mejora, esto se repetirá a las tres y a las cinco, y de nuevo al día siguiente... 


¿Sigo? ¿O se entiende la idea? A mí el tiempo me da igual. A mí, lo que me molesta, es no estar siempre de vacaciones. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

LA VUELTA AL COLE



9 de septiembre, primer día de curso. Una de mis nuevas alumnas (4 años) le pregunta a una maestra:

- ¿Es verdad que el curso acaba en junio?
- Sí.
- ¿Y cuánto falta para junio?

Veo que a mi alumna le gustan las vacaciones tanto como a mí.