viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Por qué Ellie sabe más inglés que Inés?

Inés es una niña de cinco años. Ellie es una elefantita de peluche. Y las dos se encuentran, cada lunes, en la clase de inglés.
A Inés, como al resto de sus compañeros, le encanta abrazar a Ellie. Se ríe cuando Ellie, sujeta por mi mano, salta o baila y grita alborozada cuando la elefanta coge la tiza amarilla si yo he dicho "red".
Cuando termina la sesión, los niños se quedan con su tutora mientras Ellie y yo nos vamos a otra clase, a jugar y aprender con más niños y niñas.

Un domingo, en una comida familiar, Inés dice una palabra en inglés. En el cole estamos aprendiendo las frutas y ella quiere demostrar lo que sabe. Su tía -que me conoce porque trabaja conmigo- la felicita y le dice que sabe mucho inglés a lo que ella responde:
- Sí, pero Ellie sabe más.
- ¿Por qué? - pregunta su madre.
- Porque está con la maestla todo el tiempo, y yo sólo los lunes.

Contenta

En mi trabajo hay momentos que te hacen sonreír y palabras que te alegran el día. La semana pasada tuve uno de ellos…

Estaba en clase con un grupo de niños de cinco años. Hablábamos de los sentimientos. A esas edades no siempre identifican correctamente sus sentimientos y mucho menos los de los demás.
Yo había dibujado tres caritas, una con una gran sonrisa, otra a punto de llorar y la tercera con el ceño fruncido y la boca apretada: estaba muy, pero que muy enfadada. Cuando les enseñaba una de ellas, los niños imitaban el gesto y después me contaban qué cosas les hacían sentir así. La mayoría estaban de acuerdo en que se ponen contentos cuando van al parque y tristes cuando otro niño les pega o su mamá les riñe. En lo que no estaban de acuerdo era en si ser castigados por haber hecho algo malo les hacía sentir tristes o enfadados.

Todos querían dar su opinión, sin importarles que un compañero hubiera dicho exactamente lo mismo un momento antes. Pero no puedo permitir que todos ellos hablen cada vez que levantan la mano: ¡¡aún seguiríamos allí!!

Carlos había hablado en un par de ocasiones, pero levantaba la mano con tanta insistencia cada vez que otro niño terminaba de hablar, que acabé por ceder y darle la palabra una vez más:

-“Maestla, yo me pongo contento cada vez que tú entras en clase”

¿La verdad? A mí me ponen contenta cosas como ésta.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Una visita inesperada


Esta mañana hemos tenido en el colegio una visita inesperada: volvíamos de almorzar (cuando no hay niños nos permitimos almorzar fuera del colegio) cuando al entrar en la sala de profesores vi un gato. Él también me vio a mí y no debí gustarle, porque escapó dando un rodeo para no acercarse a mí en su camino hacia la puerta. Al llegar al pasillo se encontró con alguna de mis compañeras. Debía ser un gato tímido, porque tampoco quiso acercarse a ellas. Y buscando la puerta más cercana se metió en una de las aulas. Una de mis compañeras y yo fuimos tras él, para ayudarle a encontrar la forma de salir, pero ignorando nuestros consejos fue directamente hacia las ventanas del fondo de la clase. Las clases están especialmente desordenadas este verano, porque han hecho algunas obras en el colegio durante las vacaciones; por eso el gato tuvo que saltar sobre mesas y sillas amontonadas, cajas de juguetes y torres de libros, todo ello en un equilibrio precario y cubierto de polvo. Las tres ventanas tenían las persianas bajadas (persianas de esas de oficina, de láminas que pueden girarse para dejar entrar la luz) pero él, sin pensárselo dos veces, dio un salto y se enganchó en la de la izquierda. Las láminas cedieron bajo su peso y el ruido que hicieron al doblarse lo pusieron aún más nervioso. Trató de retroceder hacia la puerta, pero la cerré rápidamente evitando que volviera a escapar por el colegio. Pensé que ya que había decidido salir por la ventana sería más fácil conseguir que lo hiciera en un espacio limitado, que no saltando de clase en clase.
Viendo abortada su retirada, volvió a dirigirse hacia las ventanas. Mi compañera había conseguido llegar hasta la de la derecha y estaba subiendo la persiana para facilitarle la salida, pero está estropeada y no se sujeta, así que se quedó allí, subida en una mesa y sujetando el cordón.
A pesar de lo tentador de la ventana sin obstáculos, la presencia de mi compañera fue suficiente para convencer al gato de probar en otra ventana, y así se dirigió a la del centro. Volvió a saltar casi hasta el techo, volvió a engancharse en la persiana, y volvió a caer entre láminas dobladas y un fuerte sonido metálico.
Yo seguí subiendo las otras persianas, pero era inevitable acercarme a él para hacerlo. Y para el pobre gato, ya al borde de una crisis nerviosa, yo seguía siendo una presencia aterradora, por lo que volvió a alejarse hacia la puerta. Allí estaban la directora y un par de compañeras más, sujetando la manivela. Tal vez temían que el felino tuviera la destreza y fuerza suficientes como para abrir la puerta y salir, haciéndolas a un lado.
Una vez abiertas las tres ventanas y subidas las tres persianas, sorteando todos los obstáculos que me dificultaban el paso a mí, que no soy un gato ni me caracterizo por mi agilidad, busqué con la mirada al animalito: estaba en el centro de la clase, indeciso. La sala ya no estaba en penumbra y ahora entraba una brisa fresca por las mitades de las ventanas abiertas. Me acerqué a él para animarle a intentarlo una vez más y en esta ocasión me hizo caso: cogió carrerilla, dio un salto impresionante… y se estampó contra el cristal de la ventana. ¡Había elegido la mitad equivocada para salir! Lástima que justo ayer nos limpiaran los cristales… el pobre cayó aturdido pero, sin pensárselo mucho volvió a intentarlo, esta vez sí, por la mitad de la ventana que no tenía cristal.

Mis compañeras estaban preocupadas porque en un descuido volviera a entrar en el colegio. Yo creo que ni se le pasará por la cabeza volver a acercarse :D

miércoles, 23 de junio de 2010

¿Cuánto tiempo permanece un permanente?

Hace unos días estuve en una de las clases de cinco años. Era la última semana de curso y todas las tutoras estaban aprovechando para acabar tareas pendientes. Este grupo no era diferente, y los niños y niñas se afanaban por terminar el “Tres en raya” de arcilla que habían comenzado días atrás. Mientras unos, conmigo, decoraban las cajas en las que guardarían su trabajo con pegatinas de colores, otros, con la tutora, pintaban las cabezas y las manchas de las mariquitas rojas y verdes que harían de fichas en el juego.

Precisamente de pintar sus mariquitas venía Silvia, con cara triste y lágrimas en los ojos. Se me acercó y, enseñándome una mancha de rotulador en su dedito extendido, me preguntó:

- ¿Es verdad que las manchas de permanente no se van nunca?

Yo la tranquilicé explicándole que no era cierto. Que tardan más en irse y podía ser que durante un par de días siguiera teniéndola. Pero que era seguro que desaparecería pronto.

- ¿Estás segura?

- Claro. No te preocupes más.

Un poco más tranquila –eso pensaba yo- se dio la vuelta para ir a la mesa de las pegatinas. Pero, como si de repente hubiera recordado algo que quisiera decirme, giró de nuevo y se me volvió a acercar.

- Yo ya sé –me dijo- porque me lo ha explicado mi mamá, que cuando nos hacemos mayores, somos viejecitos y un día nos dormimos y no nos despertamos más, y entonces nos convertimos otra vez en un bebé...

Ya estaba preparándome para responder a una pregunta sobre la reencarnación, cuando Silvia terminó su razonamiento, casi llorando y con voz temblorosa:

- Cuando yo vuelva a ser un bebé ¿tendré todavía la mancha?

viernes, 28 de mayo de 2010

"Pollitos"


Ayer observé que uno de mis niños se rascaba mucho la cabeza. Pensé comentárselo a la tutora para que le sugiriera a la familia que le hiciera una inspección a fondo. Pero en seguida descubrí que no sería necesario, porque después de un ratito, el pequeño me dijo:

- ¿Sabes? Me rasco porque tengo pollitos en la cabeza...

Los demás levantaron la vista soprendidos, supongo que esperando encontrar plumas amarillas y escuchar "pío, pío"... son alumnos del grupo de castellano y todavía no saben que "polls" son piojos en valenciano.

Por si las dudas, Ramón aclaró: "Los pollitos son como monstruos que hacen que me pique..."


No pude evitar acordarme de Paco "fuerte" y su visita cuando, un rato después exclamó un "¡¡ala!!" con el que rompió el silencio que, milagrosamente, reinaba en el aula en ese momento. Y viendo la sorpresa con la que le miraba, me explicó "es que al rascarme uno de los pollitos se ha caído, pero ahora ya no lo encuentro".


¡¡Ay!! Espero que nadie más de lo encontrara. Yo, desde luego, no lo vi.

domingo, 23 de mayo de 2010

Familias Reales


¿Os he descrito alguna vez el aula en el que trabajo con mis alumnos en la hora de "alternativa"? Es pequeña, pero una auténtica "aula multiusos".

No sólo sirve para que lleve a los alumnos de los diferentes grupos en la hora de "Atención Educativa" (que es cómo se llama ahora a la "Alternativa a la Religión"). También es el aula de actividades extraescolares, comedor pequeño, fotocopiadora, trastero y sala de reunión de la Asociación de Padres.

Somos tantas las personas que trabajamos en ella, y tan variadas las actividades que realizamos, que no es extraño encontrar las cosas en sitios en las que no las habíamos dejado o descubrir que la decoración cambia de un día para otro.

Por eso, cuando el jueves nada más entrar Josete señaló a la pared, apuntando con su dedito hacia algo que estaba sobre mi cabeza, y exclamó "¡Qué bonito!", me giré esperando encontrar algo nuevo que hubiera colocado el profesor de inglés.

Pero no vi nada más que unos dibujos que los niños habían hecho y yo misma había colgado unos meses atrás.

- ¿Esto? - le pregunté, señalando el granjero, la araña y la vaca que nos miraban desde la pared.

- No -respondió él- lo de arriba.

¿Lo de arriba? No había nada más que el cuadro con la foto de los Reyes, que está ahí "desde siempre", ya un poco descolorida y, desde luego, nada actualizada.

Supongo que nunca les había hablado desde ese punto exacto del aula y que ellos nunca habían mirado hacia allí porque, efectivamente, Josete se refería a la foto. Y me preguntó, todavía extasiado ante tanta belleza:

- ¿Es tuya?

- No, es de la clase. - Respondí yo.

Y Mohamed, que escuchaba nuestra conversación con atención, volvió a mirara a Don Juan Carlos y Doña Sofía y preguntó entonces:

- ¿Son tus papás?


Esa pregunta me hizo recordar a otro alumno, en otro colegio, en otro pueblo...

En aquella ocasión estábamos recortando fotos de revistas para hacer un mural en el que clasificar imágenes de mujeres / chicas / niñas frente a las de hombres / chicos / niños. Y apareció una foto bastante grande del Príncipe de Asturias.

Les pregunté a mis niños si sabían quién era y negaron con la cabeza en un gesto que me demostraba que mi pregunta era bastante absurda.

Les expliqué que era el Príncipe, el hijo de los Reyes y viendo que la expresión de desconcierto continuaba en sus caritas, les pregunté si sabían quiénes eran los Reyes.

- ¡¡Claro!! -me respondió Víctor, casi ofendido porque yo lo dudase- ¡¡Melchor, Gaspar y Baltasar!!

viernes, 30 de abril de 2010

Puntos y tentaciones

Es curioso cómo los niños escuchan e interpretan los que los mayores hablan. Y cómo, habitualmente, sus interpretaciones son mucho más divertidas, misteriosas, bellas o imaginativas que la realidad adulta.

El otro día hablábamos en clase del comportamiento en los servicios del colegio. Había cuatro dibujos: en dos de ellos, un niño y una niña se lavaban las manos recatadamente. En el tercero un niño jugaba con los rollos de papel higiénico, tirándolos por el suelo y enrollándolos en su cabeza, convirtiéndose casi en una momia minúscula y simpática. En el último, otro niño colocaba su dedito en el grifo, provocando que un auténtico surtidor bañara todas las instalaciones.
Los dibujos eran muy simpáticos pero, claro, mi obligación era contarles a los niños por qué no deben hacer esas cosas cuando nos piden pipí… o “cholek” :D
Y en eso estaba cuando Guillermo me dijo, muy serio, que si se pone el dedo en el grifo y se moja el suelo, otro niño puede resbalarse y hacerse mucho daño “en la cabeza o en el culo”.
Nicolás asintió. Y mientras lo hacía recordó lo que le había ocurrido a un amiguito suyo: “Se cayó y se hizo tanto daño que le salieron puntos de la cabeza”.

Los extraños puntos de sutura del amiguito de Nicolás :) me hicieron recordar lo que yo misma pensaba hace muchos, muchos años… Recuero cómo me gustaba que mi abuelo me llevara “a ver los trenes”. La Estación del Norte de Valencia era uno de sus destinos preferidos cuando nos llevaba a pasear.
Entrar por la puerta y ver los mosaicos que desean “Buen Viaje” a todos los viajeros provocaba en mí placer y terror a partes iguales.
Placer, porque ya entonces, sin haber viajado apenas, me encantaba el olor de las estaciones. Terror, porque para mí las palabras “no nos dejes caer en la tentación” que repetía cada noche, mientras rezaba antes de dormirme, significaban en realidad “no nos dejes caer en la estación”. Y mientras caminaba por los andenes, apretaba con más fuerza la mano de sólo tres dedos de mi abuelo, temiendo que en cualquier momento el suelo se abriera bajo nuestros pies.