viernes, 30 de abril de 2010

Puntos y tentaciones

Es curioso cómo los niños escuchan e interpretan los que los mayores hablan. Y cómo, habitualmente, sus interpretaciones son mucho más divertidas, misteriosas, bellas o imaginativas que la realidad adulta.

El otro día hablábamos en clase del comportamiento en los servicios del colegio. Había cuatro dibujos: en dos de ellos, un niño y una niña se lavaban las manos recatadamente. En el tercero un niño jugaba con los rollos de papel higiénico, tirándolos por el suelo y enrollándolos en su cabeza, convirtiéndose casi en una momia minúscula y simpática. En el último, otro niño colocaba su dedito en el grifo, provocando que un auténtico surtidor bañara todas las instalaciones.
Los dibujos eran muy simpáticos pero, claro, mi obligación era contarles a los niños por qué no deben hacer esas cosas cuando nos piden pipí… o “cholek” :D
Y en eso estaba cuando Guillermo me dijo, muy serio, que si se pone el dedo en el grifo y se moja el suelo, otro niño puede resbalarse y hacerse mucho daño “en la cabeza o en el culo”.
Nicolás asintió. Y mientras lo hacía recordó lo que le había ocurrido a un amiguito suyo: “Se cayó y se hizo tanto daño que le salieron puntos de la cabeza”.

Los extraños puntos de sutura del amiguito de Nicolás :) me hicieron recordar lo que yo misma pensaba hace muchos, muchos años… Recuero cómo me gustaba que mi abuelo me llevara “a ver los trenes”. La Estación del Norte de Valencia era uno de sus destinos preferidos cuando nos llevaba a pasear.
Entrar por la puerta y ver los mosaicos que desean “Buen Viaje” a todos los viajeros provocaba en mí placer y terror a partes iguales.
Placer, porque ya entonces, sin haber viajado apenas, me encantaba el olor de las estaciones. Terror, porque para mí las palabras “no nos dejes caer en la tentación” que repetía cada noche, mientras rezaba antes de dormirme, significaban en realidad “no nos dejes caer en la estación”. Y mientras caminaba por los andenes, apretaba con más fuerza la mano de sólo tres dedos de mi abuelo, temiendo que en cualquier momento el suelo se abriera bajo nuestros pies.